Y Probé a ser IMvencible

Triatlon.

martes, septiembre 19, 2006

¡El Niño del Sonajero!
¡Todo me pasa a mí!. Me voy a tener que poner un nombre “artístico” como los toreros. Garbanzito Camisero “El Niño del Sonajero”. Si el domingo llevaba en la bici montada a toda la “Banda de Cornetas y Tambores del Cabezo de Torres” ayer la que lié en la piscina tampoco fue minina con el pitido del dichoso pulsómetro.
Para empezar la piscina de la universidad ya tiene una actividad febril. Hasta la semana pasada, la hora a la que iba también ayudaba bastante, no había más de una persona por calle. Ayer dos y tres nadadores en cada una las copaban. Si tuviéramos que hacer una descripción del “Universo Estadístico” que puebla esa instalación podríamos distinguirlos en dos: El primer grupo, numerosísimo por cierto, es el de los “cuerpos danone”. Esculpidos en la más firme de las rocas marmóreas de la montaña. Pertenecen a este grupo nadadores y nadadoras con pectorales sobredimensionados, hombros más anchos que los cajones de mi armario, cinturillas minúsculas coronadas con unos dorsales de libro de anatomía y unas tabletas de chocolate por abdominales. Todo este grupo nada casi sin salpicar agua y van y vuelven de una pared a otra a velocidades sólo comparables con la de la transmisión de la tecnología digital. Entre ellos se encuentran un gran grupo de triatletas, que por cierto nunca me había fijado que estuvieran tan fuertes embutidos en el tritraje tan poco favorecedor para ciertos cuerpos, entre ellos el mío. Encontrarme con ellos al borde de la piscina es mi primera humillación diaria. De ahora en adelante me meteré en el agua como las antiguas doncellas en la playa, con la bata puesta y sólo me desprenderé de ésta una vez sumergido en las aguas que envolverán mi cuerpo y lo ocultarán de las miradas furtivas. El segundo grupo está compuesto por una sola persona, un servidor. Alguna que otra excepción podría tener cabida en mi tribu, pero yo no las he visto.
Cuando me lancé al agua estaba en mi calle Pedrero, un triatleta del C.T. Cartagena. Este hombre que hacía quince días me había visto practicar este noble deporte en el triatlón de Molina de Segura con la habilidad de la estatua ecuestre de Espartero en cuanto me vio lanzarme al agua salió de la calle como perseguido por el diablo. Seguramente pensó: “¡Este me da la tarde!, teniéndolo que adelantar cada veinticinco metros”. Quedamos en el agua una bella ninfa, yo es que soy un caballero pues lo cierto es que el gorro de baño y las gafas favorecen bien poco al sexo femenino. La nenica harta de tropezar conmigo cada vuelta al poco también salió de la calle y me dejaron solo. Para colmo, no solamente entorpecía el normal desarrollo “del baño” sino que al poner en marcha mi pulsómetro, éste contagiado seguramente por su dueño, comenzó a pitar constantemente sin solución de continuidad. El relojico de las narices sólo dejaba de oírse cuando metía el brazo dentro del agua. La socorrista se acercó a mí pensando que tenía la alarma de las pulsaciones puesta y me advirtió: “¡Deberías parar pues tienes las pulsaciones por encima de lo normal, el pitido del pulsómetro te lo está advirtiendo. No te vaya a dar un infarto!”. Le expliqué que lo que ocurría era que se había vuelto loco y que no paraba de pitar.... Los nadadores de las calles adyacentes cada vez me miraban con peores ojos. El pitidico también me estaba poniendo nervioso a mí. Decidí quitármelo y dejar el pulsómetro en la taquilla. A los pocos minutos, de nuevo la socorrista vino hacia mí: “¡Oye!, el ruido que se escucha en las taquillas, ¿es tu pulsómetro?”. “Efectivamente”, le contesté yo. “Pues póntelo o sácalo a la calle que un usuario, creyendo que podría ser una bomba, iba a llamar al 091, ¡menos mal que antes me lo ha comentado a mí!. Tuve que recoger el cacharrico del armario y en bañador, gorro, gafas y chanclas llevarlo al coche, que afortunadamente estaba a pocos metros de la entrada principal de la piscina. No me funcionaba el reloj, bueno el pitido del crono si funcionaba, los numericos y “tó” lo demás no funcionaba “ná”. No pude llevar la cuenta de los metros que hice pero estuve sesenta minutos, por el crono de la piscina nadando de forma continua lo que me indica que por lo menos ya estoy mejorando con no tener que parar cada veinticinco metros.
La moraleja de esta historia es que si quería pasar desapercibido en esta piscina ya he fracasado en mi primer objetivo. La socorrista me conoce por “el gordo del pitido”. Los triatletas por “el gordo que quiere nadar un ironman” y el resto de los usuarios de la piscina como “el gordo que no les deja nadar con tranquilidad porque siempre está en medio”.
Hoy llamaré al mecánico para saber si los “gatos” que vivían en mi bicicleta y que tanto escándalo montan ya han sido desalojados y para saber a cuanto asciende la broma. También tengo que llamar al servicio técnico de mi PC para saber si ya han arreglado el ordenador y saber cuanto vale la fiesta y asomarme a la ventana para saber si el solecico ha secado mi pulsómetro y ha dejado de pitar. El perrico está todo el día con la oreja tiesa buscando de dónde sale ese ruido tan molesto y mi “santa” creo que me va a matar mientras duermo pues allí no vive ni dios con el zumbido dichoso.
Esta tarde tengo que hacer E.T. sesenta minutos y quince minutos de rodaje. Luego a impartir doctrina.
El mal cuerpo no se me quita, pero es que sólo me tomo la couldina por la mañana, en la comida y la cena se me olvida...
Hasta mañana, querido diario.

1 Comments:

At 12:36 p. m., Blogger stani said...

Oye, pues espera que nos juntemos los dos en la piscina,que espectáculo, lo más seguro que nos dejen una calle para los dos, jajaja. Vamos a hacer tanta espuma que va a parecer un jacuzzi. jajajaj.

 

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